Pedro Luis López García (Ordenado en 1981)
Soy sacerdote porque Dios quiere y porque Dios me quiere, esto es lo primero que me viene a la cabeza siempre que se me hace esta pregunta; no encuentro ninguna otra razón ni argumento. Yo mismo muchas veces me he preguntado y me pregunto ¿por qué yo Señor?, ¿seguro que es a mí a quien has elegido? y la respuesta siempre es la misma: siento en lo más profundo de mi ser una gran paz que me llena de serenidad, de gozo y me da seguridad de que esta es la vocación que Él quiere para mí y, por eso, no la cambiaría por ninguna otra cosa en este mundo; con temor y temblor me atrevo a afirmar rotundamente que esta es la respuesta que el mismo Señor da a todos estos interrogantes. Por eso, siempre que pienso en mi vida sacerdotal me acuerdo de aquellas palabras del apóstol Pablo cuando, en su primera carta a Timoteo, afirma: “Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio…” y continua un poco más adelante afirmando: “el Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús” (I Tim 1, 12.14).
Pues esos son exactamente mis sentimientos y mi experiencia de fe y de vocación sacerdotal; cómo no reconocer que toda la vida es fruto del Amor misericordioso de Dios-Padre, que no sólo nos la regala generosa y gratuitamente, sino que, por el Bautismo, nos hace partícipes de su misma vida, haciéndonos hijos suyos y miembros vivos del Cuerpo de su Hijo, Jesucristo: la Iglesia, y, además, “sin mérito alguno de mi parte, me elige para compartir su eterno sacerdocio” para servicio de la Iglesia y de todos los hombres. Y, así mismo, cómo no reconocer y agradecer al Señor de todo corazón los medios y buenas personas que pone en el camino de nuestra vida y de nuestra vocación sacerdotal para capacitarnos y hacernos dignos de este ministerio tan extraordinario que llevamos como pobres vasijas de barro; por eso, quiero expresar mi más cariñoso y sincero agradecimiento a las personas, que de una forma u otra, me ayudaron para que la obra buena, que el mismo Dios comenzó en mí, se fuera llevando a cabo felizmente como Él quiere.
Hago mención expresa del que fuera párroco de Perales de Tajuña, mi pueblo natal, D. Antonio Barcala, que me bautizó y me dio la Primera Comunión, sin ninguna duda él fue el origen y la causa de mi vocación sacerdotal, estoy convencido que fue el instrumento elegido por Dios para despertar en mí la llamada al sacerdocio; y así como otros sacerdotes que, tanto dentro del Seminario, o fuera en las distintas parroquias por las que he pasado, han sido auténticos maestros y fieles instrumentos de los que el Señor se ha servido para confiarme el don del ministerio. También el reconocimiento agradecido a mis padres por su testimonio sencillo y profundo de fe cristiana, así como por los grandes esfuerzos que hicieron para que yo fuera sacerdote.
Termino dando testimonio de reconocimiento a la fiel compañía de la Madre del Señor, María, la Virgen, ella ha sido, a lo largo de estos años de ministerio, modelo, consuelo, refugio, auxilio y fortaleza de mi vida sacerdotal, mi vida y mi sacerdocio no los entiendo sin ella; por eso, elegí como lema de mi sacerdocio la palabras del Salmo 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” para que guiado por la total disponibilidad a la voluntad de Dios, como María hizo, lleve a feliz término la “obra buena que Él mismo comenzó en mí”.